El enorme interés suscitado por la práctica de todo tipo de deportes durante las últimas décadas en nuestro país ha supuesto, sin duda, un claro incremento en los índices de salud de la población española. Sirvan de ejemplo la disminución de factores de riesgo coronario en un importante número de personas con hábito deportivo continuado (estrés, obesidad, tasas de hipercolesterolemia e hipertrigliceridemia, HTA, etc.) o la corrección de procesos biomecánicos patológicos secundarios a gestos inadecuados desarrollados en el quehacer diario (fibrositis, contracturas musculares, escoliosis o cifosis posturales) justificando, por ello, su inclusión en los programas de salud de distintos especialistas.
Frente a la magnanimidad que el ejercicio físico encierra en sí mismo debemos tener en cuenta una cruda realidad fundamentada en la elevada incidencia de las lesiones como consecuencia de una práctica deportiva deficiente (alimentación y vestimentas inadecuadas, acondicionamiento físico erróneo, alteraciones físicas o metabólicas no detectadas previamente…), lo que nos lleva a afirmar que NO SIEMPRE EL DEPORTE ES SALUD.